sábado, 1 de abril de 2023

Discurso de Félix Houphouet Boigny, presidente de la República de Costa de Marfil, en la primera cumbre de la OUA, Adís Abeba, mayo de 1963



Traducción: Ramiro de Altube

"Su Majestad Imperial, Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores,

Habiendo seguido con creciente interés las declaraciones de mis ilustres colegas, me he preguntado al llegar a esta tribuna, si no sería extremadamente razonable de mi parte hacer el discurso más breve de toda mi carrera política, diciendo a ustedes simple y francamente, con toda amistad y toda confianza, y eso en una simple frase: no tengo nada que añadir, todo ha sido dicho, y tan bien dicho, que sólo debo afirmar a ustedes que estoy enteramente de acuerdo en la adopción en su totalidad de  la Carta común del África Unida, al final de este conmovedor debate - tan conmovedor y tan rico en instrucción.

Pero sé que ustedes no estarían de acuerdo conmigo si actuara de esa manera.

Por lo tanto, en mi turno, me gustaría en primer lugar, que se me permitiera expresar a nuestro anfitrión, Su Majestad el Emperador Haile Selassie I, los sentimientos de gratitud despertados en nosotros por su iniciativa de convocar en Addis Abeba una Conferencia que, ciertamente, está destinada a marcar una importante fecha en la historia de este continente.

No podemos dudar que el futuro reconocerá los méritos y el rol decisivo de ese hombre que se hizo intérprete de las aspiraciones de todos los pueblos africanos a la unidad, y que, identificándose con el curso de los acontecimientos, fue el primero en conseguir reunir a todos los que tienen la responsabilidad por este continente de este continente, permitiéndoles así establecer el fundamento de su destino común.

Aquí tenemos una acción positiva en la causa de la paz de la que los africanos, que tradicionalmente  conceden una importancia muy especial a la discusión, son quizás más conscientes que otros. Paz en este continente primero, para favorecer que esta Conferencia vaya a alentar la confrontación de doctrinas y métodos que son ciertamente más similares que opuestos, y a intentar retener sólo aquello que puede servir para unirnos más estrechamente. Pero también la paz en el mundo, porque es  un hecho que el establecimiento, la consolidación y la expansión de amplias áreas de tranquilidad pueden ayudar poderosamente a disminuir los riesgos de fricción y a reducir la tensión internacional.

Somos igualmente conscientes de que tenemos a nuestro alcance una oportunidad de progreso, y casi me atrevería a decir que una oportunidad de supervivencia para África en este mundo moderno, cuya dureza - a veces necesaria, pero siempre temible y restrictiva- la conocemos bien. Y si existe una lección que extraer aquí y ahora de la más o menos reciente independencia de nuestros países, ¿no es la de la discrepancia aparecida entre la aspiración natural de nuestros pueblos a la felicidad y la virtual imposibilidad de satisfacer esa aspiración dentro de los también restringidos y muy a menudo artificiales límites de nuestras fronteras? Ya sea que lo deseemos o no, la organización del mundo moderno está basada sobre la existencia de varios grandes agrupamientos, y esperar que, separadamente, encontremos la clave de nuestros problemas es condenarnos no sólo al estancamiento, sino también a una lenta asfixia.

Encuentro particularmente significativo que esta primera Conferencia interafricana, ansiosa de lograr la unidad, facilitar la liberación de todo el continente, consolidar la paz y definir el marco y los medios de progreso de este continente, celebre sus reuniones en la capital de un Estado que, gracias a la lucidez y a la voluntad indómita de su Jefe, y gracias también al patriotismo intransigente de una nación a la que el pueblo de Costa de Marfil expresa su profunda admiración y su saludo fraternal y afectuoso, fue capaz de resistir victoriosamente a la conquista extranjera, preservando así la independencia de varios miles de años. ¿Quién entre nosotros, en efecto, no siguió con apasionado interés, por desgracia en aquel tiempo impotente, la contienda aparentemente desigual sostenida por el valiente pueblo de Etiopía? ¿Quién entre nosotros no recuerda haber escuchado con orgullo y esperanza el anuncio del éxito final de este país, finalmente apoyado por las grandes democracias contra las fuerzas totalitarias, aunque ellos entonces estuvieran en la cúspide de su poder?

Desde entonces, África no ha dejado de prestar una atención muy especial a los incesantes esfuerzos de Etiopía para promover la unidad africana, al desarrollo económico" de este querido país y al mejoramiento constante del estándar de vida de sus habitantes, los frutos de la labor de un pueblo y de la cooperación extranjera sin discriminación. Así es el país que hoy da a nuestra reunión el prestigio de una gloriosa historia, y pone para nuestros deseos de unidad el ejemplo de un sincretismo que une sin confundirlos, algunos de los más esenciales ingredientes del patrimonio africano.

Me gustaría aprovechar esta ocasión histórica y oportuna para expresar igualmente a todos los Jefes de Estado aquí reunidos el saludo fraternal del pueblo de Costa de Marfil, que siempre ha seguido su lucha victoriosa por la liberación total de sus países de todas las formas de servidumbre y sus incesantes esfuerzos por el progreso de las poblaciones que les han dado su confianza, no sólo con interés sino también con afecto. Estas poblaciones les estarán eternamente agradecidas por haber rehabilitado al hombre africano restituyendo su orgullo y su dignidad humana. 

Y al expresar estos saludos, tengo el mayor interés en manifestar a los Jefes de Estado mi satisfacción por el hecho de que por fin nos hayamos reunido y de que este encuentro constituya en sí mismo una contribución positiva a la unidad de nuestro continente, tan deseada por todos, por  permitirnos conocernos unos a otros e intercambiar ideas sobre nuestro desarrollo común.

"¿Qué vas a hacer ahora que tienes 20 años?" es una pregunta que se suele hacer a un adolescente cuando ha llegado a esa importante etapa de la vida.

Hemos venido a Addis Abeba para buscar juntos la respuesta. Para empezar con dos preocupaciones, dos graves preocupaciones, consiguen nuestra atención:

- Primero, lograr la unidad, la condición primordial y esencial para nuestra supervivencia como continente libre e independiente.

- Segundo, liberar a toda África del yugo colonial.

Esta última preocupación es verdaderamente la mayor ansiedad de todos los africanos responsables, ya que somos unánimes en reconocer aquí que no habrá neutralidad efectiva, ni paz, ni unidad, ni felicidad en África mientras algunos de nuestros hermanos sigan gimiendo en las cadenas de la esclavitud.

Y en relación a ésto, el solemne compromiso que mi país suscribirá en la lucha por la  completa liberación de nuestro continente y el compromiso que será honrado, todos ustedes pueden estar seguros que todos ustedes pueden estar seguros de que merece una explicación de nuestra parte, para que nadie se confunda en cuanto a su exacto significado.

Conocemos acerca de la larga, difícil, pero pacífica lucha que numerosos amigos entre ustedes han conducido, como nosotros mismos, para la liberación de nuestros respectivos países; conocemos nuestra casi mórbida hostilidad a la violencia, nuestra apasionada devoción a la negociación para el arreglo de todas las diferencias, las apremiantes gestiones que hemos hecho durante nuestras visitas al extranjero y en el curso de los numerosos contactos que se nos han concedido, para que se ponga fin a la la ocupación extranjera en África.

Sin embargo, frente a la inexplicable conducta de los gobernantes de Portugal, por su sistemática e irresponsable negativa a poner fin a la trágica historia, por los inhumanos sufrimientos infligidos por este país sobre nuestros hermanos en su lucha por la libertad, esa necesidad primordial de la humanidad, por la resistencia heroica de los angoleños, sin armas ni recursos, y de tantos otros hermanos cuya historia de martirio es una afrenta a nuestra propia libertad, una amenaza e incluso una negación de nuestra propia independencia, declaramos solemnemente que nuestro país,  superando los escrúpulos de su devoción por la negociación, nos ha solicitado que busquemos, preocupados por nosotros mismos, los medios más prácticos de poner fin a la criminal obstinación de Portugal, a la ocupación extranjera en África y al apartheid que se mantiene in honor en Sudáfrica, ese apartheid que es la gran vergüenza de nuestro continente.

Así, la atención de los hombres en el poder en aquellos países, y la de sus verdaderos amigos, es  convocar inequívocamente a nuestra voluntad unánime e inquebrantable de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar a nuestros hermanos oprimidos a recuperar a su vez su independencia y  dignidad, y al mismo tiempo a los riesgos que la situación anacrónica sobre la que nos hemos detenido conlleva para la paz en esta parte del mundo.

Debemos esperar, por consiguiente, la completa liberación de África para sentar los fundamentos de la unificación de nuestro continente, el sueño de ayer, la realidad sin duda del futuro próximo, la justificación de la propia existencia y de las esperanzas de todos los africanos responsables.

La unión de aquellos que ya son libres, que conocen la alegría embriagadora de la libertad, puede contribuir eficazmente a la liberación de nuestros hermanos todavía oprimidos.

No insistiré aquí en desarrollar más de lo necesario las razones que militan a favor de la unidad, tan convincentes nos parecen, ya que derivan tanto de aspiraciones fundadas en el afecto que son comunes a nuestros pueblos, y también de las leyes que rigen el mundo que nos rodea. Parece evidente, en efecto, que la presión irresistible de la tecnología debe conducir a la constitución de grupos geográficos económicamente poderosos, que tomarán el lugar de las particiones del pasado: ésto es un hecho, el mayor hecho de la época actual, que nos compele a reconocer y que no está en nuestro poder modificar.  

En realidad, sólo tenemos la opción entre participar en el mundo moderno como un grupo sólidamente construido y, por lo tanto como un socio respetado, o mantenernos al margen de la corriente económica principal, lo que nos restringiría, probablemente para siempre, al rol de supernumerarios, un rol que algunos tienden ya a asignarnos con demasiada frecuencia.

Somos demasiado conscientes de la impaciencia de los hombres que nos enviaron como sus representantes, y de su ansia de mayor bienestar, demasiado conscientes también de la naturaleza histórica de lo que está en juego en esta Conferencia como para no encaminar nuestros pasos resueltamente sobre el camino a la unidad.

Su construcción será difícil, imprescindible, fascinante y embriagadora, todo al mismo tiempo.

Estaríamos siendo injustos si dudáramos un solo instante de la voluntad deliberada de nuestros ilustres colegas aquí reunidos, o si dudáramos de su aguda conciencia de los obstáculos que nos esperan en el camino de la unidad, un camino difícil, pero que ofrece la salvación para todos nosotros. 

Algunos de nuestros colegas han acentuado aquí y ahora con fuerza y convicción la necesidad de decirnos la verdad como corresponde entre los hermanos que somos. Esa es la tarea a la me dirijo a mi vez. Habiendo tenido siempre horror a las polémicas estériles y a las mal fundadas acusaciones subjetivas que nos dividen, me gustaría decirles en toda mi buena fe, que si nos aventuramos a enfatizar, antes y después de tantas otras, las dificultades que enfrentamos, esto no es en absoluto para evadir nuestras responsabilidades o poner un freno al entusiasmo contagioso que estamos experimentando juntos en este bendito día, sino, por el contrario, con la determinación de tenerlas constantemente en mente, para tener una apreciación sustanciosa de los errores que hay que evitar, para calibrar juiciosamente los elementos de sabiduría, paciencia activa, coraje y realismo indispensables para el éxito de esta inmenso y grandioso proyecto. 

Nuestra victoria común, difícil pero cierta, será tanto más preciosa cuanto que podremos buscar juntos, en fraternal camaradería, los medios adecuados para superar las dificultades inherentes de esta excepcional realización humana.

En efecto, la convergencia de razones de tan diversa índole – un tema que desarrollaremos más adelante -, combinada con la afectiva pero poderosa inclinación que impele a los pueblos africanos a lograr su unidad, debería, según parece, permitirles superar todas las dificultades y vencer todos los obstáculos.

Eso es lo que pensamos, de hecho, y nuestra presencia aquí no tiene otra justificación. Pero también somos conscientes del error fatal que podríamos cometer dejándonos llevar por el entusiasmo, y subestimando las dificultades si intentamos pasar a través de las necesarias etapas demasiado rápidamente.

¿Palabras de desilusión?

Ciertamente no... Palabras de realismo, más bien, ya que no podemos dudar de que hay ciertos tipos de optimismo salvaje optimismo salvaje que conducen directamente al desencanto. Es suficiente para nosotros para que volvamos nuestra atención a los intentos de unificación que actualmente se perfilan en el mundo para que nos lleven a ejercitar una imprescindible pero constructiva precaución. Por un lado, tenemos naciones que dejaron atrás hace varias décadas la fase histórica del nacionalismo, y que conciben su unidad como la culminación de un largo y delicado proceso. Por otro lado, encontramos países que son vecinos, que tienen una comunidad de lengua, religión, economía e ideología, que comparten un mismo deseo de lograr su unidad, y que, sin embargo, son llevados por una apreciación precisa de ciertas realidades para renunciar a la idea de una fusión inmediata y proveer formas transitorias de asociación con el fin de alcanzar sus objetivos.

Debemos, por lo tanto, ser claramente conscientes que si la unión de África constituye para nosotros una aspiración nueva, el mismo sentimiento ha inspirado a otros pueblos antes que nosotros - pueblos cuyas experiencias no pueden ser ignoradas, sino que, por el contrario, deben ser cuidadosamente analizadas.

No podemos dejar de reconocer, primero que todo, el obstáculo que constituye en nuestro caso la escasez de contactos humanos que los gobernantes de este continente mantienen entre sí. Y es ya un primer resultado positivo de esta Conferencia que estemos rompiendo el aislamiento, y disfrutando de la oportunidad de intercambios personales según el modelo de los intercambios que los más grandes líderes del mundo y los Jefes de Estado de otros continentes tratan de establecer entre sí.

Se ha dicho que las fronteras son las cicatrices de la historia. Los magos de la cirugía plástica, que ciertas personas quisieran proclamar que lo son, emplearán sus talentos supuestamente extraordinarios en vano; ellos no lograrán borrar tan pronto estas cicatrices de la superficie de la tierra. Esa operación no es indispensable para conseguir la unidad que nos concierne.

Aunque podemos esperar que los diferentes nacionalismos pierdan rápidamente sus nítidos contornos, es imposible para nosotros ignorar su existencia presente, algunas veces incluso en las formas exacerbadas que la lucha contra el colonialismo les ha obligado a asumir. Es más, es apenas posible para nosotros legítimamente ignorar de las dificultades de naturaleza lingüística y todas aquellas otras dificultades que, de manera general, resultan del subdesarrollo de este continente y de las diversas tentaciones, tanto personales como colectivas, que constituyen su deplorable rescate.

Incluso el deseo de ciertos bloques ideológicos de arrastrar a África a su esfera de influencia y allí proyectar sus antagonismos, debe ser enfatizado y considerado como un importante factor que promueve la división.

Nos parece, por lo tanto, que nuestra ardiente misión por la unidad debe ir acompañada de la mayor discreción y al mismo tiempo por la voluntad de proceder por etapas progresivas, aplicando soluciones positivas a problemas concretos, y dejando a lo que llamaré el "dinamismo de la unidad" el resolver más tarde aquellas cuestiones que aún hoy pueden dividirnos. Aquí y ahora, nos parece posible enumerar los principios que deben inspirar nuestros esfuerzos.

La unidad que buscamos no debe ser confundida con la uniformidad, que simplifica primero de todo que cada país debe tener la posibilidad de adoptar el sistema político y económico que le parezca corresponder a una fase precisa de su desarrollo, y que implica igualmente que cada país tiene el deber imperativo de respetar los diferentes caminos que los países hermanos puedan elegir. Esta absoluta tolerancia constituye tanto un prerrequisito para una posterior unificación más altamente desarrollada como, al mismo tiempo, contiene un elemento positivo en la medida en que permitirá la comparación de experiencias variadas que, como debemos reconocer, son, en sus orígenes, ajenas a nuestro continente, y que, por consiguiente, deben ser medidas en términos de realidad específica. La elección de diferentes regímenes, además, no puede sino servir para enriquecer a África, de manera inequívoca, en el campo de doctrinas y métodos, y facilitar el ejercicio de un sistema que pertenecería verdaderamente a nuestro continente y que tomaría de cada una de estos experimentos sus aspectos más positivos.

La tolerancia absoluta, escrupulosa y religiosamente observada por todos en su trato con los demás, traerá aparejada la desaparición la grave amenaza que se cierne sobre el futuro de nuestros jóvenes Estados: las intrigas subversivas originadas en terceros Estados africanos, que son cómplices de Estados extranjeros hostiles a nuestra unidad y, por tanto, a nuestra verdadera independencia y felicidad.

Este es el lugar para que condenemos, enérgicamente y al unísono, los asesinatos políticos como medio de gobierno o de asunción del poder.

Respetando como lo hacemos la voluntad popular, no se nos ocurrirá defender desde esta tribuna a regímenes o personas condenadas por su pueblo.

Pero lo que consideramos contrario al espíritu de unidad que nos anima a todos, es el magnicidio o asesinato organizado desde el extranjero, o con la complicidad tácita de países foráneos, con el fin de voltear a un gobierno o régimen que no goza del favor de los Estados africanos que organizan o que organizan o alientan tales acciones.

Es el deber de nuestra Conferencia, en semejantes casos, definir una actitud común: ésta debe ser clara y sin ninguna ambigüedad posible hacia esos falsos hermanos, pues de otra manera África resbalará, caerá, se hundirá y trastabillará en aquellas denominadas revoluciones que, por  décadas, han despedazado a ciertos países por la instigación de unos pocos hombres ambiciosos, sedientos de honores, en detrimento seguro de las desafortunadas e industriosas masas, quienes prosiguen así su existencia sin rumbo en la indigencia, que es la consecuencia inevitable de tales problemas - factores de inestabilidad política y gubernamental y de inseguridad. 

Nos gustaría creer, además, que nosotros, como líderes responsables, condenaremos con firmeza cualquier recurso a prácticas que deshonren a sus autores. Sí, deseamos creerlo, porque este estado de ánimo y estos métodos nos parecen ajenos a África, y porque también consideramos que el mejoramiento del bienestar del pueblo constituye para cada uno de nosotros una tarea lo suficientemente inspiradora y absorbente de la población constituye para cada uno de nosotros una tarea lo suficientemente inspiradora y absorbente como para evitar ser tentados de perseguir sueños de hegemonía en el extranjero, lo cual pretendemos dejar a otros continentes o a otras épocas. 

Esperaríamos, además, que la solución de las diferencias que puedan surgir entre algunos Estados hermanos se busque por medio de negociaciones pacíficas. Lo que está en juego es el desarrollo armonioso de este continente, lo cual no podría tolerar el uso de otros métodos, el valor de la paz y la hermandad humanas, que África quiere transmitir a un mundo que lo necesita que lo necesita extremadamente, también está en juego.

Sea cual sea el alcance de las dificultades, algunas de las cuales hemos mencionado, todo milita en favor de la unidad.

La salvación de todos nosotros y el futuro de nuestra amada África dependen únicamente de nuestra unidad. La libertad, la paz y la felicidad, ¿no representan el objetivo último de nuestra política común?

Todos estamos de acuerdo en reconocer que el desarrollo de África sólo puede ser conseguido en un clima de paz. Por ello también es necesario que África elimine todos los elementos internos de discordia, para ser capaz de hacerse a un lado de la competencia en la cual están inmersos los dos bloques ideológicos rivales, y para asegurar que ellos no logren trasladar sus rivalidades a este continente. Creemos que África estará en mejores condiciones de ganar el respeto de su verdadera neutralidad manifestando una completa unidad de puntos de vista, demostrándose así capaz de negociar en un pie de igualdad con los diferentes bloques, que, de lo contrario, estarían tentados de vincular su ayuda a condiciones políticas tales que conduciría Estados africanos aislados a elegir entre comprometerse -y de hecho aceptar el sometimiento ideológico- o la retirada de la ayuda exterior esencial.

De ahí la absoluta necesidad de lograr la paz en África: la paz total, la paz indivisible, el fundamento de la verdadera neutralidad.

Sí, la paz entre nosotros, la paz con otros continentes, esos son los pre-requisitos esenciales de la verdadera neutralidad: esa neutralidad a la cual aspiramos, ya que sólo ella nos permitirá ponernos al día con el largo período de atraso en el camino del progreso.

Estoy bastante dispuesto a admitir que una conflagración no afectaría directamente a nuestro continente, al menos en las primeras etapas, y también en la medida en que hubiera elegido y ganado la oportunidad de mantenerse en estricta neutralidad. Pero ¿podría alguien creer seriamente que en la época en que vivimos, y en un mundo en que las diferentes partes son tan estrechamente complementarias, y cuyas dimensiones han sido tan extraordinariamente reducidas por la tecnología, podría alguien creer seriamente que una disputa mundial no nos afectaría a la larga, aunque fuera indirectamente, y no traería en su arrastre consecuencias que son fácilmente imaginables para el desarrollo, si no para la existencia misma, de nuestros Estados? ¿Y no está claro claro que el comportamiento de las potencias mundiales se transformaría perceptiblemente tan pronto como dejaran de tener como interlocutores un mosaico de Estados que tiene una importancia relativamente insignificante, y en cuanto trataran con una entidad de más de doscientos millones de hombres, con un continente unido que dispone de considerables recursos naturales esenciales para esas potencias mundiales, un continente que proclama en voz alta su derecho a la paz, es decir, al progreso?

Porque nos parece que la unidad económica constituye el mejor acercamiento posible a la unidad política, porque en el marco de la organización moderna de los mercados mundiales, se hace cada vez más esencial para África aparecer en la forma de un todo coherente, porque de bloques políticos o ideológicos bloques políticos o ideológicos, ¿no encubren éstas, en última instancia, realidades económicas? ¿No son más sólidas y estables las uniones que se basan sobre una comunidad y una coincidencia de intereses materiales, que muy a menudo aparecen como el preludio de la imperceptible armonía de políticas y luego de la unidad política? 

Porque nos parece que la unidad económica constituye la mejor aproximación posible a la unidad política porque, en el marco de la organización moderna de los mercados mundiales, es cada vez más necesario que África cada vez más esencial que África aparezca bajo la apariencia de un conjunto coherente, porque las luchas ideológicas pueden en su mayor parte ser reducidas a divergencias fundamentales en la manera en que la utilización y distribución de los recursos materiales es concebida, porque la liberación total del hombre africano se relaciona ahora, en el plano económico, al incremento de su poder adquisitivo, no podemos permanecer insensibles a las ventajas que la coordinación, como un preludio de la tan deseada unificación, contribuiría a nuestro progreso en ese ámbito. 

Nuestra Conferencia debe dirigir su atención en particular a esa coordinación económica que todos están de acuerdo en reconocer como una necesidad vital, y como el soporte esencial e indispensable - podría incluso afirmar, las condiciones primarias - de nuestra unidad.

Tanto si se trata de la producción agrícola o animal, como de la comercialización de esos productos o de la industrialización de nuestros países, o del comercio, o de las líneas de comunicación, del  transporte o de las telecomunicaciones, la coordinación resulta necesaria.

Nuestro trabajo debe culminar con la definición del marco y los medios de esa coordinación, y de las etapas esenciales en ese camino, dejando a nuestros expertos en economía la tarea de rellenar progresivamente el marco, la estructura de nuestra futura comunidad económica, en el interés imperioso del África unida.

De hecho, si es cierto que nuestras dificultades son esencialmente un resultado de las postergaciones que hemos acumulado en nuestro desarrollo económico, sólo conseguiremos realizar nuestra total liberación y basar nuestra unidad en fundamentos sólidos y modernos, en la medida en que afrontemos los verdaderos obstáculos, y en la medida en que juntos encontremos la solución a nuestro principal problema, el del pobre nivel de vida del pueblo africano. Hemos dicho, en efecto, que las uniones políticas fueron generalmente precedidas por Comunidades económicas: por ello es necesario que seamos capaces de compartir nuestra prosperidad, tan cierto es que la miseria sólo puede engendrar odio y discordia.

Nuestra unidad no excluirá, pues, la cooperación exterior. 

Por el contrario; y esta cooperación será tanto más fructífera y confiada, por estar establecida sobre una base de igualdad y de respeto a todos los intereses representados. 

Por otra parte, no considero inútil recordar la necesidad de una cultura africana, una armoniosa síntesis de culturas procedentes de diferentes continentes y enriquecida por la contribución de nuestro patrimonio común, definido ayer tan excelentemente por nuestro colega y amigo, nuestro gran poeta, el presidente Leopold Senghor, cuando la llamó "africanidad".

En efecto, estamos convencidos que no habrá progreso verdadero en el camino de la unidad de nuestro continente si no desestimamos el fanatismo de nuestro discurso y acciones, con vistas a abrir el camino para los intercambios fructíferos entre los hombres, y en particular entre la población joven que proviene de los más variados horizontes, permitiendo así el establecimiento de lazos de amistad, la comparación de experiencias y realidades diferentes, un enriquecimiento recíproco destinado a desarrollar el sentimiento de pertenencia conjunta a una misma cultura: La cultura africana.

África espera de la Conferencia de Addis Abeba la respuesta a sus impacientes expectativas: la unidad. Del estudio atento de las respectivas Cartas Constitutivas de los dos así llamados grupos, el de Casablanca y el de Monrovia, se desprende un deseo común que corona las ardientes esperanzas de nuestros hermanos africanos: la unidad de nuestro continente.

Cuando cada uno de nosotros ha explicado con precisión y con la más completa franqueza la manera en la cual concibe la unidad africana, ha formulado sus reservas, subrayado los errores que hay que evitar y las dificultades que hay que superar y, sin embargo, ha inducido a aceptar la necesidad y las ventajas de esa unidad que tanto deseamos, pongamos por fin en deshonra a los muchos que aprovechan cualquier ocasión para estigmatizar lo que consideran el problema crónico y congénito problema de los africanos: un gusto inmoderado por la palabrería.

Algunos periódicos llevarán mañana el titular: "Las conferencias africanas se suceden y son todas iguales".

"Muchos discursos, discursos muy finos (en efecto, en África todo es canción, sinfonía y poesía), resoluciones, pilas de resoluciones, pero ninguna decisión".

De acuerdo como estamos en el objetivo, ¿vamos a continuar nuestras discusiones indefinidamente, para destrozarnos uno al otro por la elección de los medios, arruinando así la posibilidad de unidad de África, una posibilidad que es mayor que la de todos los demás continentes, dando la razón a nuestros inveterados críticos?

No.

La conmovedora advertencia de Su Majestad el Emperador de Etiopía que nos enfrenta con  nuestras responsabilidades, debe ser tomada seriamente - muy seriamente – en consideración.

Sí, la historia nos condenará implacablemente si la Conferencia de Addis Abeba, que ha suscitado tantas esperanzas en África y tanto interés en el mundo, terminara en piadosas esperanzas.

Recordemos una noche determinada: la del 4 de agosto.

Actuemos de tal manera que la historia consagre igualmente el recuerdo de la jornada del 22 de mayo, el mes de las flores en Addis Abeba, que significa "La nueva flor", el día en que la nueva África fue lanzada, una África unida, fraternalmente unida. 

Para lograrlo, adoptemos antes de separarnos, por unanimidad y por aclamación, el proyecto de Carta sobre la que nuestros ministros responsables están trabajando en este momento con el espíritu que ha emergido de nuestros debates, una sencilla Carta que es flexible, que consagra la fusión de nuestros grupos en el altar de la unidad africana, un marco que debe completarse progresivamente, un marco cuyo contenido no requiere tratarse más, ya que ha sido elocuentemente definido por algunos oradores que me han precedido en esta tribuna.

Sí, adoptémoslo. Pero, sobre todo, hagamos que nuestra primera preocupación sea aplicar la Carta con honestidad.

Sólo entonces surgirá el amanecer de esa unidad total, a la que aspiramos con todo nuestro erguido ser, sólo entonces - reivindicando las palabras del poeta - "une teints inedited peuplera l'arc-enciel" ("un tinte inédito poblará el arco iris"). Entonces la voz de África será escuchada, proponiendo un nuevo humanismo al mundo, un humanismo caracterizado por la fraternidad y el sentido de la solidaridad, esa cualidad especial que ha pertenecido a África a lo largo de los milenios, ese  mensaje que las circunstancias actuales de África aún no han permitido que prevalezca."


Tomado de: "SPEECHES & STATEMENTS MADE AT THE FIRST ORGANIZATION OF AFRICAN UNITY (O.A.U) SUMMIT", en www.au.int


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Llamamiento a la reunión fundadora del Rassemblement Démocratique Africain (RDA), septiembre de 1946 (traducción)

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