viernes, 31 de marzo de 2023

Discurso de Philibert Tsiranana, presidente de Madagascar, durante la primera cumbre de la OUA, Adís Abeba, mayo de 1963


Traducción: Ramiro de Altube

"Excelentísimos Jefes de Estado, Sus Excelencias, Jefes de Gobierno, Señoras y Señores, 

En nombre del pueblo malgache, tengo el gran placer de saludar a las autoridades supremas y a los más altos dignatarios de los Estados reunidos para esta histórica Conferencia de Addis Abeba.

Sus Excelencias, Jefes de Estado, Jefes de Gobierno, Ministros, Honorables Delegados y observadores, a través de ustedes, los malgaches, separados del continente no sólo por 250 millas de mar sino también por muchos otros elementos, desean que exprese a todos los pueblos de los países africanos independientes sus profundas aspiraciones por la solidaridad, la amistad y la unidad africana y malgache.

El pueblo malgache envía también sus saludos fraternales a los países que aún son dependientes, deseando fervientemente que puedan, en un futuro próximo, ser libres para resolver su propio destino, asegurándoles su solidaridad efectiva, porque no puede haber Unidad Africana real mientras existan países dependientes en África. 

Por último, quisiera expresar a Su Majestad Imperial el Emperador de Etiopía la profunda gratitud de la nación malgache por el recibimiento que nos han dado y la hospitalidad que nos ha ofrecido su ilustre país.

No caeré en la demagogia porque debemos dedicar toda nuestra atención a un asunto tan importante como el establecimiento de la unidad. Seamos objetivos.

Madagascar, perdido en el Océano Índico como está, mira hacia África y cuenta con su afecto. Observa cómo su territorio no tiene ninguna frontera común con ningún otro país; el descendiente de la Gran Isla cree que puede tener una opinión más objetiva sobre lo que nosotros, africanos y malgaches, somos realmente. 

Intentará dar su opinión acerca de la Unidad analizando las dificultades que tenemos que superar.

En efecto, lo que voy a decir puede no ser agradable a todos los aquí presentes. Pero es necesario que alguien se atreva a decir la verdad, por dura que pueda ser, y extirpar el absceso.

No hablaré acerca de los sufrimientos que tuvimos que soportar en la época colonial, porque todos los conocemos demasiado bien. Sería demagógico por mi parte extenderme en este tema; además no debemos ser demasiado sentimentales sino realistas, y hemos de mirar de frente a los problemas.

Que estemos reunidos en un país tan impregnado de Historia Africana es, en mi opinión, de gran significación. Con su rico lugar en la historia, Etiopía toma posición entre los primeros países independientes y organizados de África. 

Como tal, Etiopía entró muy pronto en contacto con el mundo exterior y con su propio genio ha dejado su sello en la historia.

Para los malgaches, esta reunión en Etiopía asume un significado especial. De acuerdo con la leyenda, Etiopía y la Gran Isla de Madagascar tienen en común que pertenecen tanto a África como a Asia. ¿Es esta herencia común la que ha conducido a ambas naciones a terracear las laderas de sus colinas para cultivar y a construir sus fortalezas en las cumbres rocosas? ¿Qué hay de cierto en las tradiciones que vinculan a las razas abisinia y malgache sobre la base de investigaciones antropológicas, etnológicas y lingüísticas?

Tales preguntas aún sin respuesta, junto con el prestigio particular de nuestro muy eminente anfitrión, Su Majestad Imperial Haile Selassie I, todo ello sirvió para reforzar el apoyo de los malgaches a mi visita al antiguo Imperio de la Reina de Saba.

Pero los malgaches, aunque profundamente apegados al pasado, miran hacia el futuro y albergan grandes esperanzas en nuestra Convención africana y malgache, que marcará una época en la historia del Tercer Mundo. historia del Tercer Mundo. (Permítanme decir de paso que uso la palabra "Convención" en el sentido más amplio del término).

Estamos reunidos aquí y nunca podremos enfatizar demasiado este hecho si hemos de tener este objetivo firmemente fijado en nuestras mentes, estamos reunidos aquí, digo, para trabajar por la unidad africana y malgache.

En el gran momento en que todos nuestros países están forjando libremente su propio destino, nuestro objetivo es fortalecer, en el marco de una solidaridad de largo alcance, sus respectivas y comunes posiciones en los asuntos internacionales; por una parte, creemos que este fortalecimiento de nuestras relaciones con el resto del mundo desempeñará su papel en el fortalecimiento de la unidad nacional de cada uno de nuestros Estados.

Porque sería poco realista lanzar a los vientos nuestras características individuales. En su historia pasada, tan lejana como se conoce, y también en su historia presente, los pueblos que representamos aquí podrían distinguirse unos de otros por muchas características específicas y originales.

No ignoro que, cuando nuestros colonizadores establecieron fronteras entre territorios, con demasiada frecuencia ignoraron las fronteras de la raza, la lengua y las etnias, aunque Madagascar no sufrió este hecho histórico. Tampoco ignoro los efectos ciertamente nocivos de este sistema para muchas razas y tribus africanas.

Las tendencias a la uniformidad que han prevalecido en el pasado, si persisten indefinidamente, pueden causarnos un serio daño. Unidad no significa Uniformidad.

He examinado con gran interés un extenso artículo publicado en un periódico impreso en el Estado de nuestro amigo Su Excelencia Kwame Nkrumah- que trata el problema de la unidad lingüística africana: el escritor desarrolla los numerosos y delicados aspectos de la cuestión. Dicho ejemplo de la diversidad africana a la que los malgaches son particularmente sensibles, les confronta con un nuevo problema, pues su país ha conocido, desde tiempos inmemoriales, la existencia de una sola lengua nacional.

La mayoría de nosotros ha heredado de las potencias coloniales una distribución y reagrupación de nacionalidades que, ya sean buenas o malas, son realidades evidentes. Los colonizadores también dejaron tras de sí una distribución y reagrupación lingüística que nos permiten exponer nuestras ideas y entendernos unos a otros hoy en día en Addis Abeba.

Si puedo desarrollar un poco este tema, puedo señalar que también nos permiten hacernos entender fuera del continente africano y de Madagascar, e incluso hacer sentir nuestra personalidad a través del mundo. Les recuerdo un acontecimiento del que ya están ciertamente concientes: nuestro amigo, Su Excelencia el Sr. Leopold Sedar Senghor ha sido galardonado recientemente en Francia con el "Gran Premio Internacional de Poesía".

Agrupamientos han sido establecidos, con o sin nuestro consentimiento, de tal manera que están hoy estabilizados. No creo que podamos cuestionar la existencia de las unidades así creadas. Ya no es posible, ni deseable, modificar las fronteras de las Naciones, con el pretexto de criterios raciales, religiosos o lingüísticos, citando esa unidad basada en la uniformidad que acabo de denunciar.

En efecto, si tomáramos la raza, la religión o la lengua como criterios para fijar nuestras fronteras, algunos Estados de África serían borrados del mapa. 

Dejando de lado la demagogia, no es concebible que uno de nuestros Estados individuales consienta fácilmente estar entre las víctimas, en aras de la Unidad.

Un Estado, en cualquier momento determinado de su historia, está compuesto por una reunión de razas, religiones o lenguas, con las inevitables minorías étnicas, religiosas o lingüísticas: esas minorías tienen derecho a vivir y deben ser respetadas.

Madagascar estuvo poblado por muchas razas, tanto africanas como asiáticas. Aun mezcladas como estuvieron, esas razas forman hoy en día un sólo pueblo, de la misma sangre, que habla la misma lengua y acepta todas las religiones. Nuestra posición insular sin duda ha hecho más fácil esta fusión: no tengo duda que las razas agrupadas dentro de los actuales límites nacionales pueden, si no lo han hecho ya, fusionarse rápidamente gracias a la acelerada influencia sobre este fenómeno de diferentes factores, en particular el desarrollo de todas las formas de comunicación y cultura.

Por lo tanto, en mi opinión, nuestra Convención africana y malgache tiene que atenerse a las realidades y demostrar su percatación de las circunstancias actuales, porque sólo así inspirará en todo el mundo la consideración y el respeto que deseamos que tenga.

Esto no puede lograrse sin un verdadero sacrificio. En efecto, me parece que debemos controlar y contener nuestras profundas aspiraciones sentimentales; es un llamamiento del corazón, junto con reminicencias del pasado, lo que nos inspira en nuestra muy sincera y estimable misión de un más estrecho acercamiento y una fusión lo más completa posible que vemos, en ese punto, en los elementos determinantes para la defensa de nuestra herencia ancestral, nuestros derechos y nuestros intereses.

Sin embargo, estando los malgaches profundamente apegados a su independencia, la que alcanzaron recientemente y con dificultad, no tendría con el apoyo de mis compatriotas, si aprobara cualquier proyecto de asociación, federal o incluso meramente confederal.

Lo que nosotros vemos en las diferentes partes de nuestro planeta y, por qué no decirlo, en el propio continente africano, debería darnos material para la reflexión. Lo que ocurre en el mundo, en su búsqueda de equilibrio, no es muy probable que nos haga desear una unidad política inmediata, rígida en sus principios y en la aplicación de esos principios.

Me gustaría que se me comprendiera claramente: creo que la fuerza de África en el teatro mundial residirá en su cohesión y que el ideal a alcanzar es la armonía a través de la fraternidad, en todas sus diferentes formas. En efecto, ésta es la cumbre - estoy tan sinceramente convencido de ello como cada uno de los aquí presentes- a la que debemos acarrear a los pueblos, por quienes tenemos una grave y pesada responsabilidad.

Pero soy de la opinión de que la meta está todavía lejana; y porque es así, tenemos que comenzar tan pronto como sea posible; además, a menos que el proyecto previsto sea preparado con el máximo cuidado, fracasará.

Cuando considero los obstáculos con los que tropieza la unificación europea y el precio que sus constructores han estado pagando por siglos, no puedo confiar en que la aceleración del proceso histórico y las lecciones que hemos podido extraer de él puedan justificar nuestra consideración de soluciones apresuradas.

A pesar de nuestra hereditaria inclinación hacia la solidaridad y la fraternidad, cometeremos un gran error si pensamos que vamos a decretar el establecimiento de la Unidad Africana por medio de textos legislativos, y que por nuestra sola voluntad, ésta cobrará vida.

Junto con muchos miembros de esta distinguida Asamblea, anhelo la Constitución de un Gobierno y un Parlamento que abarquen el conjunto de África, si esto es lo que entendemos por Unidad; pero me parece poco realista creer que esto pueda lograrse en un futuro próximo.

Afortunadamente, existe una cosa que nos une y nos acerca unos a otros, esto es, nuestro común ideal de unidad. Deberíamos ser capaces, pues, en buena amistad, de medir los obstáculos y determinar los medios para superarlos.

La prueba de que ésto es posible se encuentra en la existencia de los Grupos de Casablanca, Monrovia y de Brazzaville y en las tres Cartas que los establecieron; de anteriores intentos está surgiendo, reforzada y de forma diferente, la República Árabe Unida.

La erección de tales construcciones no se logra sin una prudente lentitud, a pesar del tremendo esfuerzo de buena voluntad hecho por aquellos asociados a ella. Sin embargo, estas construcciones existen y contribuyen a la implementación de los planes que han establecido.

La difusión a través del mundo de declaraciones de intenciones no es suficiente para dar fuerza a un grupo regional y permitirle defender sus ideales e intereses. Es necesario establecer sus acciones sobre un fundamento concreto. En la etapa inicial este fundamento emana sólo de la existencia de los grupos regionales existentes; en mi opinión, es a su nivel que la unidad de ideal y acción por la que nos esforzamos puede ser conseguida.

Además, será necesario desde el principio que lleve consigo algo más que una doctrina política, cultural y social: en primer lugar, el contorno preciso de su política y particularmente de su política económica debe también necesariamente ser definido, ya que ninguna alianza podrá ser duradera sin una base o previsiones económicas.

Una vez que las políticas y los programas de esos tres grupos, formulados con tanta precisión como sea necesaria, puedan ser comparados, una tarea de gran valor, y de hecho debo insistir sobre este punto, una tarea indispensable, tendrá que llevarse a cabo el acercamiento maduro, la armonización (harmonization) y la coordinación de aquellas políticas y programas.

Sólo a partir de allí, en mi opinión, puede nuestra organización conjunta, objeto de nuestra reunión aquí, establecer sus fundamentos sobre una base aceptable para todos nosotros, y también para todos los países aislados que aún están pendientes, los que con toda probabilidad, se unirán a nosotros más adelante.

Soy consciente de que esta tesis mía está en oposición al deseo de varios de nosotros de oír hablar sólo del Grupo Africano, sin ninguna consideración de los agrupamientos regionales existentes. Sé también que está en yuxtaposición con la impaciencia de aquellos que anticipan un sistema comunitario completo, en una escala continental, como resultado de nuestra primera reunión. 

A esas objeciones mi réplica es que tales Agrupamientos existen y continuarán existiendo mientras no se logre su fusión, y que ésta no puede conseguirse con la mera expresión de deseos. 

Si se me permite usar una metáfora, diría que estamos construyendo una casa; los cimientos (foundations) son nuestros pueblos, en otras palabras África misma; los grupos regionales son las paredes que deben estar firmemente unidas por las juntas de hormigón, y no sólo con un revestimiento que oculte las grietas; y la unidad africana es el techo, tan vitalmente necesario como los cimientos, que debemos disponer encima de los muros reforzados mutuamente.

Mi segunda respuesta es que es una ilusión desear el establecimiento inmediato de una comunidad africana. Si pensamos como algunos en términos de política exterior y diplomacia, así como de planificación económica, la moneda y la emisión de billetes, y por último la defensa. Muchos de nuestros Estados no son lo suficientemente maduros para soportar la carga de una comunidad de este tipo en su actual etapa de desarrollo político y económico independiente. Mis colegas de los Estados que antes eran Territorios Franceses de Ultramar pueden unirse a mí en la afirmación de que conocimos un régimen así durante el período de autonomía en el que pertenecíamos a la Comunidad Francesa.

Ese régimen no carece de méritos ni de ventajas, pero restringe la independencia de nuestros Estados, aquella independencia que todos hemos conocido durante un largo o un corto período de tiempo.

Por tanto, sólo es aceptable en la medida en que aporta a todos y cada uno de ellos, como inmediatas contrapartes, indudables beneficios políticos, económicos y sociales, con respecto a la relación entre su fuerza y la de las demás naciones del mundo.

Se argumentará con mucha razón que los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes están plenamente empoderados y competentes para comprometer a sus países en esta cruzada africana por el progreso del continente. Sin embargo, ¿puede sostenerse razonablemente que el resultado de este primer contacto será el establecimiento de un Mercado Común Interafricano o de una defensa común para África y Madagascar? ¿Es concebible que al final de esta memorable reunión los tres grupos hayan desaparecido para dar paso a la Convención que deseamos establecer?

Por el contrario, sostengo que los Grupos nos permitirán crearla. Deben elaborar un inventario de lo que tienen en común, luego de lo que los acerca, y por último de los factores de sus presentes oposiciones y contradicciones cuya importancia puede ser reducida.

Analizaré únicamente los factores favorables a un acercamiento que podría conducirnos a un programa mínimo fundado en un punto de vista idéntico lo más amplio posible, que admita la unanimidad y la eficacia.

La Convención, determinada por las Naciones cuyos Jefes de Estado o Gobierno están presentes está abierta a todos los Estados africanos independientes que se consideren regidos por la Carta de San Francisco en sus relaciones mutuas.

Recibirá en la misma condición a los países que acaban de alcanzar la independencia, pero no puede aceptar la adhesión de Estados cuya política esté basada en la discriminación racial.

Nos proponemos defender la entera soberanía de nuestros Estados en su totalidad y negociar con los demás en un pié de igualdad, independientemente de su importancia geográfica o demográfica.

Nos proponemos garantizar solemnemente la integridad de cada Estado y su derecho inalienable a la existencia independiente. Esto, a su vez, nos conduce a garantizar la no agresión mutua, la no injerencia en los asuntos internos de los otros Estados, y a excluir y condenar la subversión que pueda encontrar refugio, sustento o apoyo en uno de los Estados Asociados.

En consecuencia, abogamos por la solución pacífica de las disputas y conflictos que puedan surgir entre los Estados miembros.

Estamos decididos a borrar el colonialismo y luchar por la independencia de los Estados hermanos que todavía están bajo dominio colonial, y estamos decididos a frenar cualquier intento de neocolonialismo, de donde sea que pueda venir.

Pienso y digo nuevamente, que ninguno de nosotros descartará ninguno de esos principios cuya lista no es exhaustiva, y que aceptaremos como bases de nuestra institución, si queremos establecer un África de fraternidad.

Sin embargo, debo puntualizar claramente que nuestra adhesión a tal fórmula desestima ipso facto aquella de la Federación de Estados Africanos, ya que el federalismo presupone una importante entrega de soberanía nacional.

Del mismo modo, rechazaremos la fórmula confederalista porque la autoridad que fijamos por encima de los Estados podría imponer directivas inaceptables para algunos de nosotros.

Considero entonces que, para asegurar el éxito de nuestros designios y la fortaleza de un África de Estados, debemos encontrar -al menos en la etapa inicial- una fórmula más flexible y a la vez efectiva, como hicieron los Estados que constituyen los Grupos de Casablanca, Monrovia y la Unión Africana y Malgache. Aunque sus afinidades respectivas les hacían estar abiertos a las formas más rigurosas de reagrupamiento, no se orientaron ni hacia un sistema federal, ni siquiera hacia un sistema confederal.

Al igual que los Estados miembros de estos grupos, lograremos nuestro propósito poniendo en juego nuestro espíritu común de cooperación activa. Un África de Estados debe ser un África de cooperación.

La cooperación abre para nosotros un vasto campo de política exterior y diplomacia, defensa, ciencia y tecnología, educación y cultura, salud y nutrición, que son otros tantos sectores en los que nuestro deseo de armonía, solidaridad y eficacia pueden desempeñar su parte.

¿Cuáles podrían ser las instituciones fundamentales de la cooperación panafricana y malgache? En otras palabras, ¿cuál será la estructura misma de nuestra futura Carta?

Madagascar la concebiría como sigue: una Conferencia de Jefes de Estado y Gobierno, un Consejo de Ministros, una Secretaría General, un Grupo Africano y Malgache en las Naciones Unidas, la Comisión Permanente de Conciliación y una Organización Africana y Malgache de Cooperación Económica. Esta lista no es, por supuesto, exhaustiva.

La Conferencia de Jefes de Estado podría convocarse con una periodicidad aún por fijar, por ejemplo, una vez al año. Siendo la autoridad suprema, tomaría decisiones de implementación inmediata; el procedimiento ideal para respetar el principio de la soberanía de los diferentes Estados sería que las decisiones se tomen por unanimidad, con un solo voto para cada Estado, por supuesto.

El Consejo de Ministros, reunido dos veces al año, podría examinar asuntos sobre los cuales sea competente para decidir, preparar y supervisar los procedimientos de las reuniones de expertos y, por último, preparar el terreno para las reuniones de la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno.

La Secretaría General, el órgano administrativo de la Convención, podría organizar las reuniones de expertos y las del Consejo de Ministros, ser responsable de la ejecución de las decisiones de los Jefes de Estado y de Gobierno y las de la Conferencia de Ministros, una vez que las instrucciones para su implementación hayan sido dadas. Porque espero que las decisiones tomadas a todos los niveles no queden en letra muerta.

El Grupo Africano y Malgache en las Naciones Unidas, compuesto por los Representantes Permanentes de los Estados miembros en Nueva York, podría constituir el instrumento permanente de la política del continente hacia los países o los agrupamientos de países en otros continentes. La representación en las agencias especializadas de las Naciones Unidas podría ser concebida en la misma línea.

La Comisión Permanente de Conciliación podría ser la quinta institución básica, incluso si es establecida por un tratado separado; puesto que garantiza la paz africana, es de suma importancia. Sería aconsejable, teniendo en cuenta la importancia que todos atribuimos a la armonía en nuestras relaciones, que las disposiciones relativas al arbitraje se incluyan en el mismo tratado: la apelación a la Corte Internacional de Justicia sólo será realizado cuando todos los medios de conciliación africana se hayan utilizado. 

Esos serían los instrumentos de nuestra acción política. El sexto podría referirse a nuestro segundo frente, el frente económico; estoy aludiendo a la Organización para la Cooperación Económica y Social.

Todos estamos convencidos que la fuerza de nuestra entente depende de nuestra fuerza económica; sabemos que el desarrollo cultural y social sólo es posible si está fundado en el progreso económico. Las diferentes formas de cooperación, y sus eficacias, no deben ser debilitadas por un fraccionamiento excesivo; lejos de distribuirlas entre varios órganos autónomos, debemos agruparlas en secciones especializadas de un mismo órgano.

Todos deseamos el establecimiento de un Mercado Común Africano, y porque lo deseamos con entusiasmo, debemos prepararlo con el máximo cuidado.

No creo que pueda resultar, como el Mercado Común Europeo, de medidas tomadas al más alto nivel, e imponer a sus miembros reformas de gran alcance que sabemos que son difíciles de poner en práctica. Me parece que esto debe ser abordado de la misma manera que nuestros "bajados a tierra" programas de acción. Cada vez más numerosos son los países de África y Madagascar en los que el individuo, la familia y la aldea son convocados a participar en el equipamiento de su territorio de acuerdo con planes concebidos por ellos mismos y que forman parte integral de los programas del Estado.

Deberíamos utilizar el mismo enfoque para lograr nuestra integración económica, que debería comenzar en el nivel más bajo. Las circunstancias favorecen esta fórmula: las economías de nuestros países no están especializadas hasta el punto que la distribución ordenada de las actividades productivas imponga a algunos de ellos reconversiones que sus sistemas económicos no pueden permitirse.

El primer paso hacia la expansión de las economías africanas debería ser armonizar los programas de producción y abolir las barreras aduaneras. Sería peligroso para su futuro que la industrialización del continente continúe en medio de la confusión que reina actualmente. 

Nuestros recursos naturales efectivos o potenciales son numerosos y diversos. Cada uno de nuestros países debe basar sus esfuerzos en aquellos que tengan las mejores posibilidades de explotar, y dejar a los más favorecidos la explotación de los recursos que para ellos tienen una importancia secundaria. Es a través de la abstención en la competencia que podemos establecer una industria fuerte y competitiva en relación con el comercio mundial.Ya que todavía estamos a tiempo de hacerlo, debemos promover el desarrollo de nuestras industrias sobre la base de la especialización.

En esto nos ayudará un regionalismo inteligente y amplio. Ya hemos destacado la existencia en África de políticas económicas conjuntas, que se aplican a áreas relativamente poco importantes en relación a la de la escala geográfica del Continente, que no son política y demográficamente insignificantes: es un hecho constatado que aquellas ententes ya han obtenido excelentes resultados.

Por lo tanto, los reagrupamientos regionales serán inicialmente indispensables: serán un medio para un fin, no un fin en sí mismo y habrá que apuntar en una etapa posterior hacia una fusión de los complejos económicos u otros complejos que habrán formado.

Es difícil para mí creer que el regionalismo pueda desarrollar particularidades: por el contrario, pienso que favorecerá la cooperación y contribuirá al florecimiento del universalismo africano. Cada Estado miembro de un agrupamiento regional puede convertirse en un intermediario eficiente para las nuevas relaciones entre ese agrupamiento y otros Estados miembros de la Convención. El movimiento es reversible: es concebible que un Estado que es parte de la Convención pueda convertirse en miembro de un agrupamiento regional al cual no pertenece, para un funcionamiento definitivo; incluso puede contemplarse otra eventualidad: que un programa regional, fortalecido por nuevas adhesiones, pueda convertirse en el programa de la Convención para varios agrupamientos y quizás incluso para todos sus miembros.

En resumen, espero sinceramente que en todos los campos de nuestra cooperación, el mismo procedimiento sea adoptado, que el acercamiento de agrupamientos regionales asegurará nuestra unidad. Incluso creo que será necesario crear nuevos agrupamientos regionales para dotar al continente la maquinaria para la cooperación armoniosa.

Para que los acercamientos necesarios puedan ser preparados sobre esa base, debemos mostrar realismo y sentido práctico. Me parece que un sistema de conexiones e información permanente, una red de interpenetración debería ser nuestra primera preocupación.

Porque, les pregunto, ¿cómo podemos establecer una Unión si no tenemos medios para comunicarnos? No es suficiente que nosotros, los Jefes de Estado y Gobierno, algunos ministros, y algunos expertos y embajadores de buena voluntad nos conozcamos, comprendamos y apreciemos mutuamente: es necesario también que el técnico y el hombre de negocios, el estudiante y el deportista, puedan ser capaces de moverse libremente y sentirse como en casa en todos los países de la Convención.

Deseo, pues, que podamos elaborar muy rápidamente un cuerpo de disposiciones apropiadas para facilitar las comunicaciones y, sobre todo, que nuestros nacionales puedan viajar sin obstáculos a través de todos nuestros países; que, con la sola presentación de un documento nacional de identidad, puedan atravesar libremente todas nuestras fronteras.

En segundo lugar, es necesario que nos pongamos de acuerdo sobre las lenguas que se utilizarán para los propósitos oficiales, que para la comodidad de nuestras relaciones son muy pocas. Es de poca importancia que provengan de fuentes ajenas a nuestra cultura hereditaria; incluso creo que una de nuestras lenguas vernáculas no tendría ninguna posibilidad de ser aceptada como lengua común por las demás naciones que son parte de nuestra Convención.

Por último, debemos resolver con el menor retraso posible el problema de una red interafricana de comunicaciones y transporte.

La estación central de nuestras comunicaciones telefónicas y telegráficas debe estar en África y, en la medida de lo posible, en el centro geográfico del continente. Lo mismo aplicaría con el aeropuerto que serviría como un punto centrífugo.

Nuestras carreteras, nuestros ferrocarriles, nuestras rutas marítimas deberían estar organizadas en redes que respondan a nuestras finalidades particulares.

Estas finalidades no deben limitarse a que África y Madagascar se replieguen sobre sí mismas con miras a vivir en autarquía. La unidad no debe crear una barrera infranqueable alrededor de nuestros países como un conjunto, aislándolos de los otros continentes.

El mundo moderno es un mundo de ayuda mutua y solidaridad internacional, y si olvidamos este hecho nuestros países se enfrentarán a serios peligros.

Es con la ayuda de todo el mundo que construiremos nuestras economías y las haremos prósperas; y no olvidemos que una economía próspera consolidará la independencia de cada uno de nuestros Estados y la Unidad de África.

Excelentísimos Jefes de Estado y de Gobierno, Excelencias, Señoras y Señores.

Las líneas generales de nuestras respectivas doctrinas ya no son un secreto para nadie. La mayoría de ellas han sido reveladas durante las últimas semanas a la prensa internacional en declaraciones, artículos o comunicados.

Mi Gobierno no ha creído necesario avanzar más allá. Ha dado a conocer su posición general a través de la voz de su Ministro de Relaciones Exteriores. Como, por otra parte, no quería robarles demasiado tiempo, limité mis observaciones, con muy pocas excepciones, a los aspectos institucionales de nuestro intercambio de puntos de vista. Ya me he visto obligado a retener su atención durante más tiempo del que hubiera deseado y les pido disculpas por ello.

¿Puedo resumir rápidamente mis observaciones? En África, tal y como está dividida en 1963, existen Estados dependientes que desearíamos ser fuertes e independientes: la fuerza de cada una de estas Naciones depende de la fuerza del conjunto.

La independencia de África depende de su fuerza económica. Ella debe presentar al mundo un frente unido si quiere ganarse su respeto; pero por el momento está formada por fragmentos dispersos que tienen, al menos, el mérito de existir.

Debemos consolidar los fragmentos y unirlos: este programa sólo se logrará si tenemos fe en su viabilidad, confianza en nuestro éxito final y la firme determinación de ser pacientes y proseguir nuestros esfuerzos. África y Madagascar deben convertirse en un vasto patio de construcción abierto a todos los buenos trabajadores.

La tarea es exaltante, pero también abrumadora; debemos apresurarnos a determinar dónde estamos parados. Al final de esta memorable conferencia las tendencias generales ya estarán establecidas y tendremos que clasificar y comparar. La acción diplomática importante debe seguir inmediatamente; mi deseo es que debe ser discreta con miras a evitar los peligros de la demagogia.

Así nacerá nuestra Convención Africana y Malgache, cuyas aspiraciones son la grandeza de África y el bienestar de sus pueblos. Nuestras aspiraciones comunes nos han reunido en la espléndida capital de Etiopía, tras la aceptación de una invitación sobre la que todos han tenido tiempo de reflexionar. Estamos dispuestos a discutir nuestras diferencias con el fin de eliminarlas.

Siendo responsables ante Dios, ante nuestros pueblos y en nuestra propia conciencia, estamos obligados a marcar el camino hacia un África libre de odio y de todas las formas de fanatismo religioso, racial, tribal e ideológico, y de disputas internas, un África que, desde ahora en adelante, sea un África de hermandad e igualdad y un África de cooperación que pueda, mañana, ser el África Unida por la cual la República Malgache reza fervientemente."

Tomado de "SPEECHES & STATEMENTS MADE AT THE FIRST ORGANIZATION OF AFRICAN UNITY (O.A.U) SUMMIT", en www.au.int



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